Pasado mediados de octubre y con una temperatura que permite todavía ir de corto. Eso sí, la humedad es de esas que cuando pasas por caminos estrechos con vegetación, te deja empapado en nada...
En cualquier caso, buenos ánimos para empezar ruta, ya que no ha sido necesario mucho tiempo para elegir la zona de Les Irles y el Coll Negre, con pausa obligada en el sendero antes de Les Irles: el motivo está claro, Jaume tenia que hartarse de madroños... Bueno, no sólo hartarse, sino que hemos tenido que esperar a que hiciera acopio en la mochila para llevarse a casa. Eso sí, no sabemos si habran llegado como bolitas enteras o como un paté bien espeso...
Y continuando con la ruta, una vez coronado el Coll Negre y después de un encuentro con Carles (compañero de Jordi que, sorprendentemente me ha reconocido en un fugaz cruce), descenso vertiginoso hasta la fuente de Duesaigües, donde Jordi ha "comprado" una pequeña navaja muy bien de precio, foto de rigor, camino del pantano hasta Riudecanyes y antes de las 12 en "casa"...
Salida en solitario que en un principio, tras madrugar bastante, tenia que llevarme hasta el Pont del Diable.
Pero un percance en Vilaseca (se rompió la cadena en el sitio donde la había empalmado) me hizo cambiar de planes. Entre unas cosas y otras, como que el troncha cadenas no iba bien, que no encontraba el eslabón rápido, etc., me hicieron perder casi media hora y el plan original.
Al final, zona del aeropuerto, subida hasta el Camí del Burgar y por Reus hasta el campo, donde paré a tomar algo para "celebrar" el percance.
Tras el cambio, el jueves quedó como día de bocata, el cual nos comimos en lo alto de la sierra de la Pedrera en Montroig. Además, por fin Jordi conoció de primera mano la ermita de la Roca, con su correspondiente subbida... Ya ha alcanzado las 4 ermitas altas de la zona.
Cambio de planes en cuanto al día de almuerzo por lo que, tras subir hasta la carretera del castillo por Vilanova, bajar por el camino de Duesaigües y un desvió de última hora hacia el "bosque encantado" (donde tuvimos que hacer de leñadores con un árbol caído en medio del camino), acabamos en Cal Lluis, almorzando tan ricamente en la terraza. Y es que parece ser que el verano es un poco reacio a marcharse definitivamente...








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